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El jesuita José Anchieta es Santo

(RV).- RealAudioMP3 (se actualizó con voz) El Papa Francisco inscribió en el catálogo de los Santos y extendió a la Iglesia universal el culto del jesuita José de Anchieta, «Apóstol del Brasil», nacido en España; de María de la Encarnación, llamada «Madre de la Iglesia católica en Canadá» y Francisco de Montmorency-Laval, obispo, animado él también por el carisma misionero en tierra canadiense, elevados al honor de los altares por el Beato Juan Pablo II, en la Basílica de San Pedro, el 22 de junio de 1980. Y lo hizo este jueves, 3 de abril, de 2014, recibiendo en audiencia al Cardenal Angelo Amato, SDB, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. 

Destacando la figura de estos futuros santos, el día de su beatificación, el Papa Wojtyla, manifestó la alegría de la Iglesia «al presentarlos a la imitación de los fieles» y «a la admiración del mundo». En particular, sobre José de Anchieta, incansable y genial misionero de la Compañía de Jesús, puso de relieve su apostolado en tierra brasileña, su devoción mariana y su fuerza sobrehumana, especialmente al defender a los indígenas contra las injusticias de los colonizadores:

«Un incansable y genial misionero es José de Anchieta, que a los 17 años, ante la imagen de la Santísima Virgen María, en la catedral de Coimbra, hace voto de virginidad perpetua y decide dedicarse al servicio de Dios. Habiendo ingresado en la Compañía de Jesús, parte, el año 1553, para el Brasil, donde, en la misión de Piratininga, emprende múltiples actividades pastorales con el fin de acercar y ganar para Cristo a los indios de las selvas vírgenes. Ama con inmenso afecto a sus hermanos «brasís», comparte con ellos su vida, estudia profundamente sus costumbres y comprende que su conversión a la fe cristiana debe ser preparada, ayudada y consolidada por un apropiado trabajo de civilización, para su promoción humana. Su celo ardiente le mueve a realizar innumerables viajes, cubriendo distancias inmensas, en medio de grandes peligros. Pero la oración continua, la mortificación constante, la caridad ferviente, la bondad paternal, la unión íntima con Dios, la devoción filial a la Virgen Santísima —a quien dedica un largo poema de elegantes versos latinos— dan a este gran hijo de San Ignacio una fuerza sobrehumana, especialmente cuando debe defender contra las injusticias de los colonizadores a sus hermanos los indígenas. Para ellos compone un catecismo, adaptado a su mentalidad, que contribuye grandemente a su cristianización. Por todo ello, bien merece el título de «Apóstol del Brasil».

San José de Anchieta nace en 1534 en San Cristóbal de la Laguna (Tenerife, Islas Canarias). Entrado en la Compañía de Jesús, parte el año 1553 para el Brasil, que evangeliza con una actividad incansable. Muere en 1597, a los 63 años y merece el título de «Apóstol del Brasil».

Santa María de la Encarnación (Guyart) nace en Tours de Francia, en 1599. Al quedar viuda, entra en el monasterio de las ursulinas y en 1639 se va como misionera al Canadá. En su larga vida demuestra que no existe contraste entre la búsqueda y contemplación de Dios y la actividad apostólica más decidida; por el contrario, ésta resulta estimulada, fecundada y animada por aquella. María de la Encarnación muere en 1672 a los 73 años.

San Francisco de Montmorency-Laval nace en 1623. Nombrado vicario apostólico de «Nueva Francia», desarrolla un incansable y fecundo apostolado en aquella zona que comprendía los inmensos territorios de dominio francés; es decir, casi la mitad del continente norteamericano. Muere, cargado de méritos, en 1708, a los 85 años.

Recordamos que se trata de una canonización llamada "equivalente" según la cual el Papa, por la autoridad que le compete, extiende a la Iglesia universal el culto y la celebración litúrgica de un santo, una vez que se comprueban ciertas condiciones precisadas por el Papa Benedicto XIV (1675-1758). Esta praxis ya ha sido utilizada por el Papa Francisco para la canonización de la beata Ángela de Foligno el 9 de octubre de 2013, y para San Pedro Fabro, el 17 de diciembre del mismo año, así como por su predecesores Benedicto XVI, Juan Pablo II, Juan XXIII y otros.

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